“No pensaremos
si queremos que un jugador trabaje para nosotros. La pregunta es si él querrá
hacerlo con nosotros”.
Promover un estilo de vida en el que las personas
practiquen alguna actividad física, no sólo en la niñez o el la juventud sino a
lo largo de todo su vida, es fundamental. En la niñez existe la educación
física de los colegios, que sienta unas bases fundamentales de hábitos y
prácticas saludables. En la adolescencia podemos encontrar en los clubes y
asociaciones deportivas, la actividad física que queramos de forma más
específica. Ya a estas edades se pierde, por desgracia, gran parte de los
potenciales practicantes. A partir de aquí, nos encontramos con muchos casos
donde las prácticas esporádicas brillan por su presencia. Escuchamos muchos
propósitos, aquello de… “voy a apuntarme al gimnasio” o “voy a salir a correr
todos los días”; sobre todo en Enero y en verano.
En el primer caso de la niñez, esta educación a
través del movimiento es obligatoria, encontrándose enmarcada en los contenidos
del área de educación física que marca la LOMCE (recientemente aprobada). En el
segundo, aunque también existe la asignatura de educación física en el
instituto, la decisión de participar en un club deportivo es opcional; al igual
que en el tercer caso.
Es esta característica, la opción, la que nos va a
llevar a hablar del compromiso. Puede ser individual (apuntarse al gimnasio,
salir a correr, deportes individuales) o grupal (deportes de equipo). Sin
compromiso no habrá resultados, por lo que se antoja que es un valor esencial
en la práctica deportiva.
Así, podemos hablar de “motivación” como elemento
que puede contribuir a desarrollar el compromiso deportivo del deportista.
Basándonos en Boixadós (2004) existirían tres tipos de motivación:
- Motivación
orientada al ego, donde lo que quiere el deportista es ser mejor que los demás.
- Motivación
orientada a la tarea, donde lo que quiere el deportista es una mejora personal.
- Motivación
orientada al ambiente creado por familiares, árbitros, amigos, organizadores,
etc. y que suele tener mucha relación con la orientada al ego (comparaciones
con otros equipos o deportistas), más que hacia la tarea (valorar el
aprendizaje personal).
Una vez que hemos introducido la motivación, pasaríamos a hablar de “compromiso”. El compromiso de un deportista sería la disposición psicológica de éste a través de la cual decide y quiere seguir practicando ese deporte. Además, dicho compromiso estará determinado por el grado de motivación que obtenga de la participación en el mismo.
Diversos estudios exponen que la motivación del deportista hacia la tarea y que el entrenador prime un clima en este mismo sentido, promueven la satisfacción por la práctica deportiva, es decir, fomentan el compromiso. A partir de aquí, no pensaremos si queremos que un jugador trabaje para nosotros. La pregunta es si él querrá hacerlo con nosotros. Por lo tanto, para que esto ocurra, debemos trabajar y potenciar aquellas acciones que contribuyan al compromiso deportivo, al tiempo que nos ayudamos de las familias, especialmente los padres y las madres.
Algunas de las acciones que, desde nuestro puesto de
entrenadores, podemos realizar son:
- Ayudar a que
los deportistas se marquen objetivos personales y la elaboración del plan de
acción para llegar a ellos.
- Realizar hojas
de registro individuales donde el deportista pueda ver y por lo tanto ser
consciente, de su progreso personal. Si se va cumpliendo el plan de acción tal
y como lo habíamos planificado.
- A la hora de
darle feedback, utilizar la “técnica del sándwich” donde en primer lugar
expresaremos algo positivo de la acción realizada, después le informaremos
sobre como puede mejorar el error cometido y por último volvemos a reforzarle
positivamente.
- Utilizar a un
compañero para que evalúe sus progresos. Sentirse valorado por el grupo es
fundamental para estar motivado y comprometido.
- Plantear
acciones variadas, abiertas o cerradas, no repetitivas, donde los retos de
superación personales estén presentes.
- Los objetivos
de nuestras acciones estarán orientadas hacia la tarea y no hacia el ego.
- Utilizar ejercicios y juegos cooperativos, alternados con ejercicios y
juegos competitivos. Lo primeros fomentarán la cohesión del grupo que nos
ayudará posteriormente en la competición contra rivales.
- Implicar a los deportistas en algunas de las decisiones de los
entrenamientos. Esto le hará sentirse parte de algo, parte del equipo.
- Posibilitar oportunidades y tiempo para el progreso de todos los
deportistas. Algunos tardarán más y otros menos en lograr sus objetivos
personales pero todos deben conseguirlo.
Para concluir, decir que estas estrategias deben ser
flexibles y adaptativas a los diferentes tipos de grupos, situaciones o
entrenadores. En cualquier caso, éstas u otras estrategias fomentarán un
adecuado clima de trabajo, repercutiendo en un mejor rendimiento y mayor
satisfacción con la práctica deportiva de cada deportista.
Por otro lado, comentar que estas acciones tienen más
influencia en deportistas que se encuentran en etapas de formación (desde
benjamín hasta cadete) pues son más moldeables. Con jugadores de categorías
superiores a éstas, debemos modificar algunas estrategias, pues la competición
tienen un valor añadido para ellos y, cuando buscamos cierto rendimiento (no
solamente formar), se hace necesaria la existencia conjunta de orientación a la
tarea y al ego (predominando siempre la orientación a la tarea). De esta forma,
conseguiremos que el deportista tenga una alta implicación hacia la tarea en
los entrenamientos, con los beneficios que ello conlleva, y que en la
competición tenga una alta implicación tanto al ego como a la tarea, deseando
por tanto ser mejor que los demás y ser mejor que uno mismo.