Según avanzan
los tiempos, adquiere más valor lo que los jugadores aportan a los equipos de
forma global, no solo a nivel técnico, físico o táctico sino también a nivel
emocional, actitudinal y conductual. Con estos tres últimos aspectos, buscamos el
valor añadido que aporta cada jugador más allá del aspecto deportivo.
Así mismo, todo
el mundo sabe que para llegar al rendimiento máximo, influye mucho el ambiente
dentro del equipo. Estar a gusto, con los compañeros y entrenadores, ayudará al
jugador a dar lo máximo de él mismo.
En cambio, quizás
por falta de tiempo, por desconocimiento o por querer anteponer otros aspectos,
muchísimos equipos no prestan atención al ambiente interno que se respira en él.
El máximo potencial de los equipo son sus jugadores y el que estén a gusto debería
ser prioritario, ya que influye directamente en su rendimiento y motivaciones.
Dentro de este
ambiente, muchas veces hablamos de los entrenadores inadecuados que crean
problemas; pero también hay muchos jugadores problemáticos o conflictivos que siempre
ven o tienen algún problema.
Lo primero que tenemos
que hacer es tener en cuenta si es una situación ocasional o nos muestra una
actitud negativa en general. Cualquier jugador puede ser en un momento dado
conflictivo si discrepa con más vehemencia de la habitual o se siente
injustamente tratado ante una decisión o la ausencia de minutos que pensaba
merecer. Es por esto que debemos ser muy
prudentes a priori y no prejuzgar a los jugadores sin averiguar qué está
pasando realmente y por qué.
Muchas veces una
buena conversación en la que se aclaren las cosas y se indique lo que está bien
y lo que está mal es suficiente para cortar el problema. Pero ¿Y si continua?
¿Y si nos enfrentamos a un verdadero jugador conflictivo?
Ahí es donde debemos
actuar con rigor. Si estamos ante un jugador que resulta ser una persona
problemática, bien porque es difícil de tratar, o porque sus formas apabullan
a los que le rodean, o porque trabaja mal, o pierde el tiempo y se lo hace
perder a los demás, o porque influye negativamente en el equipo, o porque no
quiere asumir la filosofía del equipo, debemos tomar decisiones.
A continuación
identificamos algunas de las personalidades de este tipo de jugadores y algunas
posibles soluciones para contrarrestar su influencia negativa en el equipo:
- El Egocéntrico: siempre trata de
sacar provecho de las situaciones para él y se cree el centro del universo. Debemos
fomentar las actividades y ejercicios donde sin la ayuda de los demás, él no
consiga sus objetivos.
- El Tardón: desconoce el
significado de la puntualidad y siempre tiene excusas para los sus retrasos. Podemos
acumular su tiempo de tardanza o hacerle quedarse un poco más tarde de su horario
de entrenamiento para compensar la llegada, recogiendo el material, arbitrando
en la competición escolar o ayudando a equipos de menor categoría.
- El Inmaduro: se quedó en la
niñez, siendo poco productivo y no realizando nada por voluntad propia, a no
ser que se le de el trabajo hecho. En este caso es necesario observarlo para
que descubrir qué le mueve, qué le gusta hacer, que le motiva y desarrollar
tareas que le lleven a desarrollar sus aptitudes.
- El Sabelotodo: cree que sabe más
que nadie, incluido el entrenador. A este tipo de jugadores hay que dejarles
claro desde el principio cual es su rol y éste, no es el de entrenador.
Aprovechar que todo se lo toma como un reto para que beneficie al equipo. Si el
equipo mejora, él también.
- El frustrado: se queda
inmóvil ante la presión y huye de responsabilidades. Importante y
necesario preparar un plan de acción para eliminar sus miedos y convertirlos en
fortalezas.
- El chismoso: busca distorsionar
la reputación de sus compañeros o entrenador. No les preocupa exagerar o
mentir. En estos casos debemos atajar los rumores. Córtale en cuanto empiece a
hablar mal de alguien. Ten cuidado con lo que le cuentas. Aunque simule
lealtad, utilizará la información en su propio beneficio. Si el chismoso tiene
problemas con sus compañeros o entrenador, actúa con justicia. Asegúrate que asume
su parte de responsabilidad y, si es necesario, toma alguna iniciativa
sancionadora.
- El tirano: es arrogante,
vanidoso e incluso a veces maleducado. No acepta las críticas y le cuesta
cooperar. Suele intimidar a sus compañeros. Sin embargo, también suele ser
inteligente, metódico y muy competitivo. No evites las confrontaciones pero
éstas deben transcurrir en privado y sin entrar en conflictos personales.
Adjudícale tareas difíciles. Enséñale a respetar a los demás. No toleres la
falta de educación y respeto hacia los demás miembros del equipo. Si ha formado
un “clan”, disuélvelo.
- El quejica: se queja siempre,
nunca nada le viene bien y cuando surge un problema la culpa es de todos menos
de él. La escucha alimenta la queja, así que no prestes atención a sus quejas,
aunque si debes enfrentarla hazlo siempre desde la objetividad. De igual forma
es contagiosa, por lo que debes evitar que encuentre aliados. También podemos
responder con más trabajo sobre lo que provoca la queja.